En vísperas de ese solsticio en cuyo transcurso serán bautizados los nuevos impresores, los personajes heridos de esta novela buscan y se encuentran. El librero, el autor, el impresor, el corrector, el editor: y una ella. Viven en círculo su pasión por el motivo de la sinrazón. Y ninguno de ellos es lo que parece, ni hace lo que debería hacer. Esa es su grandeza.
El placer de leer este libro se halla en la trama y en las palabras, en su repetición intencionada. Y, sobre todo, en la descripción detallada del oficio de impresor, de sus útiles, de sus herramientas.
Te queda, al finalizar la lectura de Tinta, una perdurable sensación de compañía. Como si esos impresores de Maguncia recibieran su bautizo anual, ya para siempre, aquí en este sofá, aquí en este salón, en esta casa. Y te levantas y miras tus libros en sus estanterías, y sabes que ellos lo entienden, entienden a ese editor que no lee y a ese matemático obsesionado con las frases de libros ajenos, y a ese impresor que cree haber descubierto la tinta efímera, y a ese corrector que piensa que las palabras están vacías. Sí, entienden a todos aquellos que, heridos, necesitan tan desesperadamente el libro que les consuele. Fragmento de un artículo de Maruja Torres en el País.